Un diccionario de palabras ajenas

    En lo sucesivo iré publicando entradas de un diccionario que empecé a elaborar hace unos años. Se trata de un capricho por el placer de escribir que motiva  el lenguaje (este lenguaje rioplatense que me usa y que uso yo, y tal vez también quien esto lea), de una ofrenda y de un acto de gratitud hacia las palabras y hacia mis amigos.
    Le pedí a mis amigos y familiares que eligieran palabras que les gustaran o que por algún motivo les llamara la atención. Sobre esas palabras me puse a escribir. Supongo que tenía ganas de jugar, y que no podía decidirme a pasar al acto sino por intervención de terceros. Me es difícil crear algo sino con algún tipo de regla, de orden. Fijada la estructura y la forma, me puse a trabajar, y continúo en esta tarea hasta la fecha, siempre interrumpida por la vida y por otros proyectos.
Otro título posible era Este diccionario de palabras de los otros, pero me resultaba un trabalenguas y un tanto solemne. Lo que más me seducía de esta opción, era el pronombre demostrativo, "este", porque le daba una carácter de objeto concreto a todo el proyecto. Claro, ese nombre hubiera sido posible con un libro editado en papel, y no con una colección incompleta de textos publicados de manera digital, en un blog, algo que pasó de moda hace mucho tiempo. "Este" diccionario -imaginaba yo- sería un objeto concreto, con un diseño, una textura, un volumen específico, a la manera de ese libro masivo para adolescente que se titula "Destruye este diario".  Esa cualidad de objeto concreto hubiera servido como salvaguarda contra la tarea deforme y demasiado vaga de escribir sobre palabras sin un objetivo concreto: ¿qué se puede decir de una palabra si uno tiene como regla no definirla? ¿Describirla? ¿Alabarla? ¿Criticarla? ¿por qué unas palabras y no otras? ¿Por qué no todas las palabras? ¿Por qué otro diccionario? El lenguaje parece y es vasto, cambiante oceánico, uno puede entrar fácilmente pero navegar es difícil y lo más probable es que uno se pierda (de hecho siempre estoy perdido). Es necesario recortar, y por eso "este" y no otro hubiera sido conciso en esa selección y agrupamiento. Me hubiera servido también para esconder la arbitrariedad. 
Finalmente ese libro no existió, y me decidí por "un" diccionario, como hacen todos los autores que escribiendo sobre temas de igual o mayor generalidad, como la historia usan ese pronombre y no "el" o "la" que les daría un carácter de generalidad canónica. Quizás, para estos tiempos, ya sea una preocupación abstracta. 
Lo concreto además me viene de la plástica, del arte concreto que tanto me gusta en tanto tiene la libertad de la forma de la pintura abstracta pero con marcas formales que lo sitúan en el espacio. Una de esas marcas son los con bordes definidos materialmente (cóncavos, que interrumpen a los rectángulos del lienzo de la pintura abstracta que hace que tal cuadro pueda extenderse al infinito en la imaginación más allá de lo que se percibe frente a la obra, como una ventana a una escena o a una imaginación). No ha podido ser, y elegí este formato para que haya algo, antes que finalmente la nada.
Estas palabras llevan el adjetivo de "ajenas" porque fueron elegidas por otros. Uno podría decir que no hay palabras ajenas en el idioma que uno habla y desea, pero no es cierto; hay vastas zonas del lenguajes que uno no usa por determinaciones de clase, de región, de educación, de uso en general y en el caso de quienes nos gusta escribir (pero no solamente), por mero gusto. Pero nuevamente, escribir sobre aquellas que estaban más alejadas de mí implicó un acto de apropiación o de entrega: escuchar lo que otros escucharon, o lo que creo que otros escucharon en tal palabra y darnos, si todo sale bien, nuevas combinaciones, quizás historias, con suerte algún hallazgo sobre las mismas y viejas palabras.

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